lunes, 11 de junio de 2007

Cumpliendo un sueño...

Llegué a Santiago hace más de tres meses, debo reconocer que mi estadía en esta ciudad no ha sido para nada fácil, pero tampoco es algo que atormente mi vida cotidiana. Antes de comentar sobre algunos sucesos vividos en la capital quiero contarles un par de sueños.

Viajé cientos de kilómetros, un día completo sobre un bus que traía consigo un joven lleno de sueños e ilusiones. Dejando atrás a mi familia, a mis amigos y toda una vida en Calama. Pero venía confiado, cargando en la espalda una mochila de sueños, esperanzas y desafíos. No fue fácil llegar hasta aquí, es algo que debo agradecer a mis viejos y que siempre tengo presente, no encuentro modo de alguno de agradecer la oportunidad entregada, sólo confío en que mis logros son el reflejo de la confianza que han depositado en mi.

Al principio me sentí emocionado, viviendo en una ciudad inmensa. Cruzándome en las calles con todo tipo de gente, he conocido personas muy hermosas y otras no tanto. Aún así no juzgo a nadie, no soy quien para hacerlo, sólo vivo el momento. Pero más allá de vivirlo, lo importante es disfrutarlo. Nunca sabemos que nos depara el mañana. Como todas las personas tengo sueños, algunos de ellos los estoy cumpliendo, otros aún son grandes desafíos. Pero lo más importante es que el primer paso ya esta dado y mi andar camina sobre tierra firme. Es un andar lento y seguro, cauteloso, plagado de nuevas aventuras y quizás de un rumbo un tanto desconocido, pero formado sobre una base indestructible otorgada por mis padres.

Continúo viviendo el día a día, tratando de disfrutar al máximo la carrera. No puedo negar que hay momentos en que siento que mis fuerzas decaen, pero sé que detrás de mí hay mucha gente que a cientos de kilómetros tienen la certeza de que soy capaz de lograr lo que me propongo.

Está blog es una pequeña introducción, esperando que sea el puntapié inicial a todas las experiencias que viviré durante mi estadía en esta ciudad.

Tu recuerdo duele

Es la una de la madrugada y en una habitación pequeña, y como nunca ordenada, un tipo escribe sobre lo que parece ser un diario de vida. Está sentado frente a la computadora observando la imagen de una persona a la que tanto quiso y aún quiere. La dama de la imagen le sonríe y pareciera que lo mira con ojos alegres, pero que en el fondo algo esconden. La contempla con ganas de tenerla físicamente frente a él, con ganas de traspasar su mirada y dejar que en el lenguaje mudo del amor sus ojos lo digan todo ¿Está enamorado? Es algo que se pregunta a menudo y teme que este sentimiento incesante, con el tiempo se halla transformado en una obsesión. Pero esta sensación es algo que sale de lo normal, con cada mirada que da a la fotografía su cuerpo tiembla ligeramente y algo en su interior se mueve de manera alocada ¿Es tal vez su corazón?

Vive en el pasado, atormentando por el presente y aterrado por el futuro. Hace frío en la habitación, un frío de esos que penetra hasta los huesos, a lo lejos un tema romántico suena irrumpiendo en sus oídos de manera un tanto silenciosa, pero esto provoca que sus ojos ahora estén húmedos, con ganas de llorar, son miles de lágrimas que quieren correr despavoridas por sus mejillas, pero que son contenidas mientras el corazón bombea y bombea precipitadamente. Es sábado por la noche y en vez de concurrir con sus amigos a una fiesta ha decidido quedarse en casa para pensar; para buscar una salida a esto que tiene su corazón tan apretado y por qué no, para llorar. Se deja llevar por lo que el corazón le dice, ahora hunde su cabeza entre sus brazos y un pequeño llanto se deja caer, el recuerdo ausente de su amada lo hace preso de sus emociones. Lágrimas resbalan por su rostro, lágrimas de preguntas sin respuestas, de llantos sin consuelo, lágrimas de temor a que esta sensación no culmine jamás y tenga que vivir con el dolor de querer a ese alguien y no ser correspondido de igual manera.

Se detiene en su relato por un momento para seleccionar un par de canciones en la computadora, canciones que por cierto le recuerdan a su amada, observa aquella fotografía y continúa con su relato. Cierra los ojos y se pregunta -¿Qué se ama cuando se ama?, ¿Por qué a pesar del tiempo que ha pasado la sigue queriendo del mismo modo?, ¿Por qué ella ya no lo quiere?, ¿Qué hacer?, ¿Cómo luchar contra lo que siente, si es una batalla ya perdida?- Sigue pecando de ingenuo, pensando que algún día volverá a estar con su doncella. Doncella que a su parecer ya lo ha olvidado, ya ha sacado de su mente y su corazón todo lo que alguna vez sintió por él ¿O no? De todos modos así lo siente y eso le duele. Cada palabra que compone su relato le trae recuerdos, de pronto... ¡un suspiro! Suspiro que trae consigo imborrables sensaciones, cuyas causas y efectos son conocidas sólo por él y su amada.

Hace mucho tiempo que no la ve, sólo un par de fotografías actuales tiene de ella, pero a través de estas puede darse cuenta de que cada día está más y más linda. Ha crecido y ya no es la niña con la que algún día corrió tomado de la mano por el patio del colegio. Sus ojos siguen hermosos y transparentes como siempre, sus labios se ven jugosos, esto le trae ganas de besarla en este preciso instante ¿Sentirá ella que en este momento todos los pensamientos de este sujeto están puestos en su persona? Es una lástima, tanto amor derrochado, tanto cariño prisionero de un corazón y sin poder ser demostrado. Las ganas de verla y de llorar aún no se van, las palabras son comprimidas en un diario de vida, diario próximo a terminar, sólo queda una hoja y media ¿Qué pasará cuando ya no queden hojas? ¿Dónde irán a parar todas esas sensaciones que por no poder ser expresadas deben ser coartadas entre líneas y amontonadas en medio de tantas hojas? ¿Marcará el fin de este diario un punto final en esta historia? o ¿Será tal vez el comienzo de algo nuevo? Se pregunta constantemente.

En su fría y solitaria habitación piensa no deja de pensar en ella y suspira. Suspira preguntándose si por esto mismo debió pasar su amada cuando ambos eran uno solo. Si fuese así considera justo que tenga que experimentar lo mismo, que tenga que vivir en carne propia el dolor de un amor fugaz, un amor de adolescencia, un amor de esos que te marcan para siempre. Son las dos de la mañana y en su rostro yacen lágrimas secas, que son la prueba latente de un amor que tal vez nunca morirá. Ojalá nada de esto hubiera pasado.